La vida que entra por la mirada. La vida que se cuenta en el escenario. La vida en el teatro que es la vida de todos: él, tú. Yo.

Desde aquí el llamado a cuentas: mirarnos arriba, siendo nosotros ellos, a quienes nos representan, en esta región de historia que nos ha tocado ser. Contar historias desde el cuerpo, la voz, las emociones. La pasión por el arte del decir.

Lo dicen los muchachos de Colectivo Generación XVII. Dicen lo que el dramaturgo Pedro Miguel Rozo Flórez escribe, hacia la dirección que les indica Rennier Piñero.

Cadáver Exquisito es el nombre de la obra, y sugiere ese viejo juego al que de niños jugamos, armando el rompecabezas a partir de una frase como ocurrencia.

Pero resulta que no. Cadáver Exquisito aquí se nos revela literal. Hay un buitre que acecha. El buitre que inmortalizó en su disparo el fotógrafo Kevin Carter. El buitre que paciente aguardaba por la muerte de lo que sería su presa. Ese niño (en este caso la niña) famélico que también se inmortalizó en nuestras memorias. Bajo la perversión de la mirada.

Nomás entrar al teatro, que en esta ocasión fue el Teatro de la Ciudad de Casa de la Cultura de Sonora, la música dispuesta es el recibimiento para el espectador. Hay también la armonía en la plástica que significa iluminación, vestuario y composición grupal de los actores.

No tiene desperdicio el ojo de quien dirige. Con el más afilado tino la propuesta de contar a través del teatro la historia de Kevin —el fotógrafo de marras, el del premio Pulitzer, el que terminó su vida en manos del suicidio— Rennier logra que uno como espectador sienta la misma culpa que sintió ese profesional de la lente luego de la construcción de esa fotografía que le costó la vida.

Tienen la habilidad los muchachos de envolvernos con su elegancia actoral. Con su vestuario pulcro, con sus movimientos coordinados. Tienen, bajo la lupa del director, obviamente, la energía para ponernos en la cara toda esa inmensa basura en la que nos convertimos como seres humanos.

Y en este momento de reseñar se me viene a la mente un verso de Abigael Bohórquez: mientras no se nos toque a él, el otro no cuenta…

Cuánta exquisitez contenida en un Cadáver. Contar así la historia de la crueldad, la indiferencia que somos todos, darle voz a esa niña que Carter eterniza en una fotografía, ponerlos a dialogar, a ambos protagonistas, teniendo como escenario ese lugar del más allá, no puede tener otra consecuencia que el júbilo ante la presencia del arte. Arte: el momento catártico en el que algo nos mueve el interior.

Somos víctimas. Y victimizamos. El karma es una lección constante en esta obra. La metáfora, ni se diga. Si un día un buitre acechó a la niña con el objetivo de alimentarse, un día después los buitres que somos todos presionamos al más prestigiado de los fotógrafos, a ese que se equivocó, o acertó, para presionarlo, hasta hacerlo desaparecer.

Decir la vida con esta estética exquisita, es un acontecimiento plausible. Salir del teatro con una sensación de perturbación, es refrendar que el arte cumple su cometido. Cadáver Exquisito lo cumple a cabalidad.

Empero, no todo es abominable, desde el punto de vista que el texto lo plantea. En esta puesta existe también la poética del espacio, la iluminación y sus colores, el vestuario y los instrumentos, la música en vivo. La energía y el deseo de vivir que imprimen cada uno de los protagonistas que contextualizan el punto toral que son la niña africana y Kevin.

La inteligencia del montaje estriba también en el look, en el diseño como un elemento premeditado para hacer de éste una crítica perfecta de la banalidad que somos y que habita en el mundo.

Cadáver Exquisito va a España, al Festival Imparable de Madrid. Maravillosa elección de puesta en escena para que nos represente como mexicanos, como sonorenses, a través de este lenguaje universal que es el teatro.

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