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Tierra caliente

Me cuentan la historia. Una mansión que es una tumba. Los migrantes que llegaron y se quedaron. El tío loco que es una suerte constante. Porque se salvó de las Islas Marías nomás por saber cantar.

Me trepan en su auto y es una fábula permanente, primero saludan a un indigente, con el cariño desbordado, luego viene el abrazo con uno de los importantes, de esos que visten de traje.

Tomamos café, rondamos la ciudad. Con palabras edifican sobre mí los más altos extremos cotidianos. Un día una célula del narco instalada en la oficina para exponer sus necesidades en cuanto al manejo de información, mientras los rivales, la célula contraria, tocan la puerta trasera de la misma oficina en búsqueda de conversación. Atenderlos procede, para que no se escamen, para que no haya malos entendidos.

Hacer periodismo en tierra caliente no está pelada. Hay un valle en medio del desierto. Perla le llaman: territorio que encumbra su poesía, región donde los crímenes se deshojan a la par del calendario.

La tierra emite su polvareda. El tren es un reptil que echa mano de lo que encuentra a su paso. Migrantes les llaman. Vienen de El Salvador, Honduras, Guatemala. Hace poco un cuarteto de negros se instaló en el patio de la casa. Conversaron en los cinco idiomas que dominan. Porque la vagancia les formó la vocación nómada. Por ensueño o por circunstancia arribaron a la Perla. Dos tres días y el temor de ser deportados les fungió como una mecha en el culo. Correr de nuevo, salvar la libertad otra vez.

En la Perla son ellos, la Perla es de ellos. Porque nacieron en el oficio de contar la noticia. Entonces la historia está en sus memorias. Por ejemplo, la versión más completa de este crimen o aquél. El dato que corroboran los que se dedican a investigar es un tamiz que pasa por el análisis de ellos. Sin su versión la historia quedaría tuerta.

Quién sabe cómo y por qué eligieron el periodismo como oficio. De pronto estaban allí, hablándose de tú con la muerte. Increpando al despiadado político, al más ruin narcotraficante. Atendiendo la historia de carácter social.

De a poco se dedicaron a entender cómo es el juego de la crueldad. Cómo moverse en tierras movedizas, qué hacer para permanecer en la vida.

La vida diaria en sus ojos es la de una comunidad de viejos que de tanto esperar la próxima jornada, el arribo del tren y descender con sus cuerpos lo que de carga trae en sus furgones, optaron por instalar el dominó sobre la mesa. Ahora es rito sagrado, una y otra hora, toda la tarde, el arribo de la madrugada. El oficio de cargadores es ya nada más un mote.

Celebran los viejos, quienes antes tuvieron músculos y agilidad física, el destape de otra botella, la jugada menos esperada, la ocurrencia del más silencioso de los jugadores. El de la voz que domina estrofas y del que todos saben un día libró la condena de las Islas Marías nomás por cantarle una rola a la esposa de un presidente de la República.

El silbato del tren anuncia migrantes, y puede ser que también la última canción del último round del dominó. Pero habrá de nuevo el sol y las conversaciones retomarán su curso al compás de otro pomo que se destapa.

Mientras esto ocurre allí están, ellos, los que de vocación ejercen la palabra periodismo. Allí están para verlos de manera inherente. Como parte de la familia externa, esa que se adopta, con la que se convive sin la necesidad de la coincidencia en el apellido o el pernoctar debajo de un mismo techo.

Un día de rondar la Perla, me invitaron ellos, al panteón de la ciudad. La opulencia es una constante, tumbas que son una ofrenda, el lavatorio de las culpas, la búsqueda de la eternidad. Moradas para vidas efímeras, una que alberga los 23 años de existencia de un “Prominente ciudadano”.

Porque quienes allí yacen tuvieron madre, anduvieron la infancia en una bicicleta, pero ya de pronto el mercado del tráfico se les convirtió en destino. Pero vinieron también del parto, una madre para acallarles el llanto.

Así la Perla, un recinto para el despilfarro del poder, un deseo también como paradoja de respirar el viento del desierto y en él encontrar la paz.

Ahora al costado de las vías, allí donde aguardan los migrantes su próxima oportunidad del tren, hay un circo que anuncia divertimento, felicidad. Y es la mueca de un payaso el retrato más vivo de la ironía.

 

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