Inicio Alejandro Ramírez Arballo No es mi vida, es nuestra vida

No es mi vida, es nuestra vida

La vida humana reclama necesariamente la pertenencia a una comunidad. Es decir, necesitamos participar en el seno de un grupo que nos contiene, que nos da relativa identidad y que nos hace verdaderamente humanos. ¿Qué es un hombre viviendo en una isla desierta? Sin embargo, en el mundo en el que vivimos en este 2016, un sistema económico y político nos empuja perversamente a la competencia y el olvido de este principio esencial. La alienación, que no se nos olvide, nos prepara para el control vendiéndonos a precio de ganga el dulce emponzoñado del individualismo. Esto, repito, es una trampa.

Muy joven me formé leyendo a los filósofos del personalismo comunitario, filosofía que promueve la dignidad trascendente de la persona y su compromiso con la comunidad a la que pertenece; se trata de una concepción horizontal de la vida que tiene fuertes dosis de idealismo, es verdad, pero que hoy en día es más necesaria que nunca. He sido un curioso de la filosofía, pero no he ejercido porque no es mi profesión y porque no tengo las capacidades intelectuales requeridas para ello; sin embargo, alcanzo a entender que la filosofía no sólo nos ayuda a comprender el mundo sino que nos da herramientas de acción concretas que todos, como ciudadanos, como pueblo, estamos llamados a utilizar para construir una mejor vida para todos.

Parece que no entendemos que la cosa pública es responsabilidad de todos y que no podemos evadir ese compromiso sin herirnos a nosotros mismos y a los demás; y no hablo de la práctica de la política de partidos, no, sino de la libre asociación de personas que buscan dialogar, encontrarse y contrastarse, participar de actividades comunes que llenen la vida de alegría, satisfacción y entusiasmo: vivir es eso, un constante encuentro con otros que van por la misma vida que nosotros.

Si retrocedemos, si reculamos para encerrarnos en nuestras casas, el mundo será tomado por los ladrones y asesinos, por los agentes del mal y la destrucción. La vida es nuestra, no de ellos, porque ellos están al servicio de la muerte. Defender la vida, pero defenderla de veras es defender el espacio común de nuestros pueblos y ciudades.

La vida plena nos espera afuera, en la plaza, en la calle, en la conversación. Para eso hemos nacido.

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