Puedo describir tu sonrisa puesta en mi memoria desde la primera vez. Aquella vez cuando te vi en el barrio, en el callejón aledaño a la casa de la Chú, en el callejón que desembocaba en la casa del Vilín Torero. En el callejón donde aprendimos infancia y cultura, máscaras de fariseos hechas del cartón que nos traía desde quién sabe dónde el Justiniano Maytorena.

Puedo porque la amistad me lo susurra al oído, decir tu nombre Jesús, y entonces evocar tu pasión por las palabras. Puedo regresar en el tiempo y verte allí, en el callejón que ahora es andén para la alegría de aficionados a los alicientes. Los que llegan todos los días, puntuales, a la cita con la cerveza y el juego al dominó aderezado con las ocurrencias de mi tío el Sapero.

El Sapero, mi tío quien por nombre lleva ramón Sánchez, el otrora beisbolista, al que ese día de encontrar tu sonrisa, en el barrio, fuiste a entrevistar. Con tu vocación encendida, con la emoción irrigando pasión por tu cuerpo.

Jesús Llanes, se llama, me dijeron cuando curioso pregunté quién era ese señor que en grabadora en mano le hacía preguntas a mi tío. “Es el Chucho, periodista el de la pregunta de los sesentaicuatro mil”. Así tal cual me lo contaron.

Yo abrí más lo ojos. Me acerqué para escuchar. Tu voz inquieta cuestionaba una y otra vez. Por momentos mi tío el Sapero no sabía qué decir. Dudaba, cerraba los ojos, iba a los años de cuando se fue a jugar profesional y luego regresó porque el amor por la novia le pinchaba las costillas.

Estuve allí para encontrarte invaluable, insondable, en ese callejón de la alegría, en mi barrio Las pilas. Luego te busqué, no supe cómo, pero fui tras de tus pasos. Me brindaste la mano y un montón de consejos cuando te abordé para decirte que yo también deseaba escribir.

Túpele a las teclas, Carlos, a como puedas, no te detengas, hazlo como puedas, con un solo dedo, no importa, hazlo.

Así nació mi admiración por tu oficio, por tu generosidad, y sobre todo mi admiración por tu mirada taciturna llena de honestidad.

Nos fuimos despacio, viéndonos a intervalos de la life. Un día me publicabas una entrevista, después una reseña, y por ahí el taller. Hazle así, ponle esto, pregunta siempre.

Y la vida se fue haciendo más días. Los años sabiéndonos, o intuyéndonos. Luego vino la voz Alma para traerme tu nombre. Es mi papá, me dijo, es mi amigo, le dije. Una alegría infinita saber del parentesco. Encontrarte en su sonrisa que puedo describir ahora, nomás al cerrar los ojos.

Ayer abrí de nuevo la vida para enterarme que publicaste dos libros. Está chingón, Chucho. ¿Y qué si el corazón se detiene de tanta emoción? Para eso nacimos letras y pasos, jabs y volados, jonrones y golazos de media cancha.

Hoy la gente anda diciendo que eres un tipo afable, profesional, generoso, solidario. Soy uno de esos, también lo digo.

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