Cumplí la promesa con Luis Falcón. Una hora antes conversamos en la radio, allí Luis mostró el músculo, habló de escritores, de directores de teatro, de los por qué su vida en los escenarios.
Llegué al teatro con media hora de antelación. Abrieron las puertas del Emiliana de Zubeldía cuando ya teníamos la hora encima. Las ocho en punto.

Las puertas como acceso para la continuación del Festival del Monólogo, el doceavo: Teatro a una sola voz. Programa de selección nacional. Organizado desde el Instituto Nacional de Bellas Artes, con sub sedes en el país, incluido Hermosillo, y organizado aquí desde la Universidad de Sonora.

Luis Falcón es oriundo de Coahuila. Es actor, le gusta la música, toca batería, es sicólogo, y ahora anda rolando en el país con este monólogo: Más vale solas que mal acompañadas, del dramaturgo Humberto Robles.

Espectáculo cabaret social en el que Jimena, una mujer de clase media acomodada… eso advierte el programa de mano.

Lo que uno como espectador vive ante la contemplación, es la capacidad histriónica del actor, su ingenio para improvisar, salir al paso ante las intervenciones del público, utilizarlas a favor, la siempre caricia sutil de la farsa, donde la apuesta es hacia la provocación de la risa, como si en el contenido de la obra todo desencadenara en: la vida es esto y no pasa nada. Me río de mi pinche tragedia.

Porque no obstante la risa durante poco más de una hora, la violencia subyace, el abandono, la indiferencia, la sorpresa del argumento por lo cual la lejanía del contacto con el cuerpo.

Jimena, el personaje que encarna Luis, es un deshecho sexual de su esposo Alberto. Jimena se entera del motivo. La bisexualidad de Alberto se ve rebasada por la homosexualidad real.

Entonces ya no la caricia, mucho menos la exploración de alguna que otra posición encima de la cama. La ostentación, sí, siempre presente en la marca del coche, una Hummer, en la ropa de marca, en la casa que ni por asomo es de Infonavit (así lo advierte Jimena).

En esas se va la obra, relatando los deseos frustrados, las pretensiones, el maquillaje de la felicidad ante el mundo. O la infelicidad a flor de piel.

Luis Falcón acierta en la dirección. Deja que las ideas fluyan, que la emoción del guión lo haga su presa, sin aspirar a los clichés, o lo que es más, en despojo de los fantasmas del verso y actitud fácil que siempre rondan al actor. Luis, no.

Las virtudes de la puesta es que el espectador vive dentro de un cabaret, con las canciones

nunca aprendidas pero siempre tarareadas. Los atinos de Luis son el tema que plantea: la relación de pareja y su ciclo que fenece, implacable.

¿Cuántos nos hemos visto reflejados en el interior de la obra? Aquí la incomplacencia es toral: Jimena que es Luis, dice las cosas por su nombre. Con un humor por demás agudo.

Más vale solas que mal acompañadas, propuesta teatral no apta para quienes aspiran al amor eterno, e inolvidable.

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