En La última oveja del Ángel exterminador, de la escritora Alejandra Junco (Ed. Libros del Marqués) la construcción de cada uno de los cuentos posee esa similitud de pasear a trote de caballo, donde si bien es cierto cada paso emociona también cada paso hace que uno esté alerta. Porque nunca se sabe en qué momento la historia que se lee dará esa vuelta de tuerca. La sorprendente curva hacia el abismo. Y caer. Levantarse con la emoción henchida en el pecho.
Alejandra Junco visita Hermosillo en contexto de Festival del Pitic, con el objetivo de presentar el cuentario de marras. Antes de tomar el vuelo que la lleve de regreso a la Ciudad de México, entre la premura feliz que significa hablar de literatura, la escritora atiende esta conversación.
–Alejandra, tienen tus cuentos la audacia del final con vuelta de tuerca, ¿cómo se hace para lograr eso?
–Es una pregunta difícil, creo que es el qüit del cuento, del género, un final, un cierre poderoso porque duele, porque te pincha. Alguien comentaba en una reseña, que de alguna manera algunos de los finales te dan la sensación de que te metieron una inyección y no te diste cuenta hasta que sacaron la aguja de la carne. Para mí es un gran halago y digo, bueno, por lo menos en esos cuentos lo logré. Creo que mi recurso para hacerlo son las propias emociones, creo que en los cuentos en los que esto se logra, es porque son cuentos muy personales y lo que estoy relatando son escenas y emociones en las que me siento involucrada, que son cosas que me indignan y necesito transmitir y hacer que el lector sienta ese mismo dolor, esa misma indignación.
–Los temas y el género de tu libro distan de lo que la moda editorial imponen, ¿cómo haces para obedecer a tu voz y no a la que los otros dictan?
–Creo que en este caso ha sido una fortuna que soy una escritora novel, que llevo años escribiendo pero esta es mi primera colección, sí estaba escribiendo pero no poniendo atención de qué se estaba escribiendo en el medio, yo estaba escribiendo para mí, desde luego la vocación es siempre comunicar, y en mi caso, muy claro, es de mover conciencias, mover el corazón, yo no estaba atenta a la moda o a lo que es comercial o qué es lo que se está leyendo, o lo académico y que a veces parecería que están peleados lo que es comercial y lo que es serio escribir. Yo no estaba metida en eso, yo estaba tratando de transcribir cosas que me sorprendían e indignaban. Soy una persona muy metiche, me gusta sentarme en un café a oír conversaciones ajenas, me gusta mirar a la gente en un aeropuerto, en un baño público, en donde esté, y cuando encuentro algo que me sacude, que me mueve, me provoca inmediatamente escribirlo. Hay varios relatos que están provocados por experiencias así, por ejemplo Cincuenta tonos de güeras está inspirado en una mujer que yo conocí, y estaba parada, como la describo, en la carretera entre Puerto Vallarta y Guadalajara, y tuve que escribirlo porque verla me conmovió. Y hay otros cuentos así. Volviendo a tu pregunta y para ser más puntual, mis cuentos son cuentos muy personales, no puedes escribir de algo que no conozcas, que no sea cercano a ti, y quise empezar por lo más cercano, lo que más me conmueve.
–Apelando a esta conclusión, y con la lectura de tus cuentos, puedo pensar que tienes una infancia llena de fantasías.
–Como la de muchos niños. Sí creo que tuve una infancia afortunada, en ese sentido, de también de mucho viaje, con una madre de un país extranjero, con un padre aficionado a la cacería, a la pesca, eso hizo que de niños viajáramos mucho, a lugares muy distintos, en medios muy distintos, y todo eso alimenta la imaginación, y quizá de niña no lo notas, pero cuando eres adulta sí, vas a atrás y te das cuenta que tienes toda esa riqueza de imágenes y vivencias que también te han dado una comprensión mayor del mundo, de las personas.
–En algunos cuentos si no es que los más, está inscrita la fantasía. Trato de imaginar a la escritora en el momento en que se enfrenta con la hoja en blanco y me queda la impresión de que una voz interior le dicta desde adentro.
–Muchos de los cuentos del libro, quizá todos, son producto de cosas que me encuentro, que me topo, temáticas que me indignan, como la mujer de la carretera, o como la figura o el papel de la mujer en los medios, en el cine, estas cosas me empiezan a provocar, echan a andar un diálogo interior, una película en mi mente que de alguna manera cuando me siento frente a la hoja en blanco, tengo que transcribir, y empieza el proceso como mucho antes y una vez que me siento tengo armada toda la película, por supuesto que corrijo, pero no es que llegue, me siente y me diga: ¿ahora qué voy a escribir? Cuando me siento frente al papel a escribir es porque ya vi una película en mi cabeza, de lo que quiero contar.
–¿Qué te deja la existencia de La última oveja del Ángel Exterminador?
–Fíjate que fue un proceso personal muy interesante, porque cuando empecé a escribir, el primero de los cuentos que es el último que está y que le da nombre a la colección, es el más viejo, tiene por ahí de doce años; cuando empecé a escribir no podía hacer desde luego esta reflexión de conjunto, y una vez que estuvo cerrada la colección, al leerlos en conjunto me vi forzada a hacer esta nueva reflexión personal de caray, entre todos sí se transmite esta sensación que está en la cinta de Buñuel, del Ángel Exterminador, que de alguna manera todos estamos atrapados en la vida, es decir, fui escribiendo cuento tras cuento, sin ser muy consciente de ello, de qué estaba transmitiendo, lo que había de fondo, es esta sensación de estar atrapados, de todo lo que limita la libertad, sobre todo de cómo nos autolimitamos y es algo que viendo la colección en conjunto, sí te lleva a esa reflexión. Estamos limitados por la propia educación, por la familia, por la sociedad, por la cultura imperante y en mucho por las emociones que para mí es lo más importante, lo más valioso, lo más liberador, trabajar con las propias emociones. Hay personas que han perdido la libertad, y sin embargo creo que aun dentro de una prisión uno puede a través de los barrotes decidir si mira al cielo o si mira al suelo.
El libro, una vez que estuvo completo, me sacudió, y dije: caray, son puros personajes atrapados, pero hay una salida, la salida es mirarnos por dentro, mirar las emociones y concluir dónde te estás atorando, porque un hombre adulto que sigue esperando la aprobación de un padre, una mujer adulta que sigue consultando a la madre para todo y esperando que la madre la apruebe, están prisioneros también, presos de su propia inmadurez, de su incapacidad de soltar ese lazo con la madre o el padre, por ejemplo.