Enjugó el sudor bajo la tarde. Tendió la última camisa y se alivió del quehacer cotidiano.
Muchos días habían pasado desde la última vez. Su mirada puesta en el horizonte. Desde la azotea. El tiempo perfecto para regresar y beberse quizá un par de cervezas. Tal vez un tequila. El pulque más fresco. De avena.
Anduvo los pasos en calma. Descendiendo las escaleras una a una, como una oración afable porque así lo requiere el pensamiento. Abrazar la calma de domingo. Ya mañana los demonios de la beligerancia asecharán de nuevo.
Se frotó las manos persiguiendo su objetivo. Una idea se le apersonó apenas abrió la puerta del zaguán. Al mismo tiempo en que sus ojos se toparon con la banqueta reviró de facto hacia la izquierda. Esa idea aceleró su respiración. ¿Y si ocurre de nuevo? ¿Qué le diré?
La decisión estaba presta. Regresar era el apremio. Verse en los ojos de las amistades. Reciclar historias de la infancia. Volver con la memoria a los tiempos de tragar tierra y cantar canciones de versos fútiles.
El ruido del bajo sexto le recibió como quien recibe una caricia desde las manos más tiernas. Vio a lo lejos el desplante de sus amistades, en pleno corazón de la pista. El baile desgarbado. El uno y dos y tres al ahí se va. Písale la cola al sapo, píale la cola al sapo. Los versos hilarantes y el sudor como un río placentero en la piel de los camaradas.
Volver a verlos. Refrendar que un día tuvo la posibilidad de la risa. Y recuperarla.
Tocar la alegría que le provoca la alegría del otro. Asumirla como propia. Decir que lindo vestido negro en la piel morena de la que desde siempre ha sido la amiga. Celebrar la sencillez y el deseo irrefrenable de bailar. El prejuicio que no. La libertad de ser placer en los versos de una cumbia. El instante que ratifica que se está vivo, la felicidad que radica en los versos de una canción.
El sudor frío del vaso que refresca sus manos. El primer sorbo. El inicio de la lucidez, la sangre que se mezcla con alcohol e irriga paulatinamente el contento y la capacidad de análisis. Estoy aquí.
En eso está cuando ya el otro, la otra, le halan de un brazo, hacia el refuego, al medio de la pista. Unas cuántas gotas de lluvia afuera ratifican que es domingo. Mientras el baile tácito les devuelve los años de adolescencia, de cuando regar el patio, encender la consola, poner el disco de vinil, se convertía en el mejor de los proyectos. El único proyecto. Para bailar.
Y es ahí cuando la risa se hace colectiva, porque mira cómo es que no deja de moverse El Negro, si parece que no pasan los años por su cuerpo, pero mira cómo se mueve Maribel, está idéntica como la última vez.
Que lo baile que lo baile, corean mientras el tono roncó del vocalista es complacencia de la canción que en grupo solicitaron. Porque es la que bailaron en los quince años de ella, cuando él fue su chambelán.
El vestido rosa, largo, de holanes hasta el suelo, cae en medio de la pista. Lo miran todos y es la aparición mágica, fantasiosa. Allí puse mi primera rosa, dice uno de ellos, allí eché mi primer sorbo de cerveza, dice ella. Bailamos hasta el amanecer, dicen todos sin decirlo, en un pensamiento multiplicado.
También en el vestido quedaron impresas las manos de la primera caricia. La más inocente, la más trascendente. Y jamás lo volvimos a ver.
Porque fue allí cuando el destino otra vez, la violencia en la colonial, los que llegan sin ser vistos, los no invitados, lo que nunca falta. El tropel intempestivo. Un cuchillo, la respiración que se va.
Que lo baile que lo baile. Es la frase que le hace regresar a la fiesta. Al corazón de la pista. Y el olor a cerveza, tequila, pulque, es alquimia que se mezcla con el olor de la lluvia que viene desde afuera.
El deseo ahora es que la noche no se canse. Que el día no vuelva. Que la luz no apague el reencuentro. Porque las escaleras que se le dibujan inevitables provocan un temblor en sus manos, en sus piernas.
La azotea y la ropa tendida guardan esa historia de terror, la realidad a la que no quisiera regresar. Porque mañana la vida le hará despertar de este instante. Que la eternidad exista y se haga presente. Ahora, hoy que ha vuelto a vivir.