Inicio Cultura Caborca: un poema siempre en construcción

Caborca: un poema siempre en construcción

Caborca tiende sus alas. El desierto como horizonte. Una paloma sobre el asfalto a punto de fallecer.

Los migrantes aguardan sobre los rieles la llegada del próximo tren. ¿O es la misma máquina en la que emprendieron su viaje sobre la que habrán de retomarlo? Hay un tololoche como insigne para la noche que apenas empieza. La oferta sobre la acera del bulevar Quiroz y Mora.

Caborca es un poema siempre en construcción. Saudade puntual. Y es la sugerencia de la melancolía el tema con el cual se nombra el programa para felicitar el paso por la vida del poeta Abigael Bohórquez. Bohórquez caborquense, Bohórquez agreste. Bohórquez universal.

Hay una exposición fotográfica que oferta la mirada del vate. La reconstrucción de su lecho. La amenaza aguda que describe con intensidad y deseo. Hay, en la Casa de la Cultura que por atino y reconocimiento lleva su nombre, el de Abigael, la congregación de la raza que ya al aire libre observa, escucha, versos de Navegación en Yoremito dichos desde el talento de Ramsés Chaira, caborquense también.

El autillo se denomina el trabajo escénico unipersonal. Allí reencarnan las obsesiones, el discurso, la crónica de una tarde sobre el parque donde la cacería tiende sus redes hacia el placer.

Chaira es un chingón, un valiente. La pasión inscrita en su persona y trepar al escenario para expresar. En esta valentía va el descubrimiento de la obra Bohórquiana. Y los presentes inmersos en la propuesta responden palmas de alegría y perplejidad.

Porque el actor se atreve a llamar las cosas por su nombre a decir lo que el poeta dice, dignificar las alas de esa paloma que ya para esa hora yace sobre el asfalto.

Y mientras esto ocurre, en el interior de la Casa que es cultura, en ese espacio acondicionado para galería, el trazo que es un impulso en las manos de Julieta Olalde, la pintora, cuenta también historias del cuerpo y su estética.

Las construcciones remiten, bendita casualidad, a la propuesta plástica de Gonzalo Utrilla, ese pintor que ilustrara algunos de los primeros libros de Abigael Bohórquez.

Dice Julieta que estos dibujos, Son dibujos rápidos, de sesiones en las que el modelo estaba cambiando constantemente de pose, porque la idea era captar la esencia del momento en el cuerpo humano, y porque no importa la perfección, sino más bien lo visceral del momento.

Y qué dice el espectador. El impacto es de facto. La propuesta tiene un vínculo, casual o no, con la poesía de Bohórquez. Porque es el cuerpo, la libertad, el deseo, la frustración. Los elementos torales para proponer en arte lo que se anhela, lo que se sufre, lo que incomoda e incomodarnos.

Julieta Olalde sabe sobre la poesía de Bohórquez, y cada vez que encuentra un poema para ella desconocido, se impresiona y dice: Aquí debería estar este dibujo, o esta pintura.

Así los días de trajín en un fin de semana dispuesto para la celebración de la poesía. El nombre del bendito maldito, la existencia, el decir una y otra vez que Caborca parió un poeta, y es desde siempre el inconmensurable. El mayor del desierto y otras tantas latitudes.

12308938_10154138687731564_441189299_n

Un lugar de confesión

Dice Ramses Chaira, el actor, que El autillo era un lugar de confesión de por allá del siglo XVII, donde se reunían un máximo de quince personas para juzgar a un acusado.

Así denomina su montaje unipersonal en el cual incluye poemas de Abigael Bohórquez. ¿Por qué hacer un trabajo sobre el vate?

Chaira, en el camerino que es un rincón de la Casa, en el proceso de volver a su persona, después de bajar del escenario, advierte:

Porque en Caborca no conocemos la obra de Abigael Bohórquez y en este programa que lleva por nombre Suadade es donde tenemos la oportunidad de conocer el trabajo del poeta.

En este trabajo, como actor siento que estoy limitado, porque a veces no encuentro cómo traducir la intención de Abigael en la palabra, en mi cuerpo, en mis emociones, ahí me siento un poco atorado, pero siento que todo es proceso, y mi proceso por lo pronto es traducir en mi cuerpo las palabras de Abigael. Este trabajo me deja el reconocer que no se debe acudir a Abigael nada más en festivales, sino que deberíamos acudir a un hábito diario de la lectura para que millones seamos felices, como dice el texto.

12305828_10154138686376564_1287755388_n

Un taller de palabras

Blanca Rascón es madre. Feliz. Ha sembrado árboles, ha marcado el rumbo de su vida. Lo asume y se felicita. He sido lo que he querido, concluye.

En un recuento dentro del Taller de Escritura Creativa, también dentro del programa que es Saudade, Blanca acude a la memoria, observa una foto de Abigael Bohórquez, y escribe:

Abigael: Un día de estos te conocí, me impactó tu presencia, tu ser, tu esencia, tu esencia fuerte, tu mirada, como las aves del Desierto, del Desierto que te vio nacer, del Desierto de las péchitas, de la chúcata, del Desierto que nos saca los más bellos sentimientos y nos llena el alma, como un vaso a la sed. De palabras largas, de andares lejanos, de muchos amores, de muchos tequilas. Se fue la tarde, llegó la noche, yo bebía tus palabras, hablamos de Pita Amor y cómo la destruyeron, peleaste con Rascón. Yo bebía tus ensueños y pedía a la vida que todo se realizará, admirabas la pintura, amabas la música, la poesía era tu vida, me regalaste Poesida mi favorito.

Aquí en Caborca los tallerandos escudriñan los versos del vate, como punto de partida Desazón, poema incluido en Poesida, luego es un volcarse sobre el intestino, admirar los recovecos del alma y dejarse fluir.

La palabra se vuelve un homenaje en torno al nombre del vate mayor, Saudade es la melancolía que se avecina, un poema perenne. Caborca: la reconstrucción. Una paloma sobre el asfalto.

 

 

Deja un comentario