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Colores del porvenir

Pintar es un acto de explorar. Como si en los colores nos fuera la vida. O más bien, en los colores nos va la vida.

En cada trazo, en todo bosquejo, el pintor se desnuda el interior. Quiero decir que el pintor va exponiendo sus obsesiones, hacia a donde lo llevan sus sueños de infancia, hacia a donde lo dirige su búsqueda permanente.

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¿Qué quiero decir, para qué decirlo? Preguntas constantes en el artista que afana en la persecución de su discurso, cualquiera que sea la vía de expresión.

Fernando Peñuelas, el pintor, el caborquense, continúa en esa búsqueda. Una búsqueda que se esculpe en el trabajo diario, en la construcción de sus temas. No en una búsqueda de palabras e ideas, no en el deseo del gran proyecto que convierta su nombre en la relevancia o la estridencia. Simple y llanamente la consecuencia de su oficio inherente de la antropología. Como un diletante, como una inquietud constante. Saber ver.

Fernando trabaja. Toma las riendas de su persona y levanta la mirada hacia las cosas que podrían pasar desapercibidas para quienes vamos por la vida en una carrera vertiginosa. En la premura de ganar el pan y acallar el ruido del hambre.

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Peñuelas mira y retrata en trazos las actitudes de la gente común, la que una tarde sobre el porche de su casa mira pasar los años como en espera del próximo paso, hacia la otra vida. Lo digo pensando en esa silla verde, por el rosario sobre las manos, la manta sobre el canasto y la mirada que duele y enseña, y nos hace reflexionar.

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O bien, suele ocurrir que Fernando en su (otra vez) permanente búsqueda, nos ofrece una mirada dubitativa en el rostro de una muchacha joven. Entonces la incertidumbre, el desconcierto, las preguntas: ¿Muchacha, qué miras cuando miras?

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La persecución de la estética no es menos importante en la propuesta del caborquense. Están aquí, en su obra, los apuntes de los objetos cotidianos, el amanecer sobre un sol que parece luna, o bien la implacable lectura sobre qué le depara a los niños que prestan sus cuerpos para un pintor, y en esa nobleza, desde su mirada, ocurre (otra vez) el cuestionamiento: ¿Qué miran cuándo miran, o adónde va la vida que viaja en los ojos de los niños?

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Fernando Peñuelas se deja querer por los colores, toma con mano libre su vocación. Fluye, indaga las marañas de su mente, las exhibe y en ese acto del decir con pintura, nos aprehende.

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Acudimos a esta coreografía de trazos, curiosos por saber lo que dentro de Fernando habita, o lo que el mundo contiene. Porque el decir a través del arte, en caso de Peñuelas, es quizá lo más cercano a la verdad.

Carlos Sánchez, invierno de 2015

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