Inicio Carlos Sánchez Alonso Vidal se llama

Alonso Vidal se llama

Llegábamos todos. Estábamos chavos. Traíamos debajo del brazo hojas con versos.

Las poníamos sobre la mesa y ante su voz de mando, autorizando la salida hacia la meta, empezábamos a leer. Uno por uno.

Era autoridad. Era el monstruo del periodismo, el aval de la poética. Palomeaba a los que le caían bien, denostaba a los que no le rendían pleitesía. Era intenso y frágil. Era mezquino, era generoso. Claroscuro como lo es la vida y sus atardeceres.

Vivió sus últimos años por la calle Heriberto Aja, detrás de la escuela Ángel Arreola. Desde allí organizaba Las lecturas de la lechuza, las que se efectuaban En la Universidad de Sonora, en diversos espacios, la escuela de letras, la librería, que por cierto lleva su nombre.

Era el patio de su casa una hemeroteca. Recibía los diarios locales y nacionales, archivaba suplementos, recortaba notas, cotejaba datos.

Sobre la mesa que fungía como escritorio, como comedor, como contenedor de botes y botellas, ponía la grabadora, extraía de una caja vieja algunos casetes.

Presumía sus años de hacer periodismo en Sonora, en el Distrito Federal. Ponía play a la grabadora y atentos todos escuchábamos las conversaciones que hizo cuando muchacho, allá en el de efe, chambeando al lado del escritor, su promotor, Edmundo Valadés: “Éramos retecuatacho”, comentaba erguido.

De la bocina gangosa, idéntico al timbre de su voz, nacían las palabras, la filosofía, la poesía. Conversaciones que nos hacían cerrar la boca y abrir los oídos.

Una mañana, con resaca, en domingo, caí a su casa más temprano que de costumbre, toqué a la puerta, “Bríncate”, me dijo. Lo encontré con el corazón a punto de reventar. Ya para ese año la cirrosis hepática le complicaba incluso la respiración. Se le hinchaba más la panza, andar era una tortura.

A cuentagotas se condujo hacia el patio, me pidió le sirviera del tequila que paciente esperaba por él. Bebió y después blandió un casete marca sony. “Mira, cabroncito, para que veas que no miento”.

Encendió la grabadora, puso play y una voz misteriosa inició un monólogo donde a decir de la historia la mar era interminable. “¿Sabes quién es?” Encogí los hombros, por la duda, por el desconcierto de tanta poesía en el monólogo que emergía de la bocina.

“Es Pepe, pendejito, el Pepe Revueltas, es una entrevista que le hice cuando vino a Hermosillo a dar una conferencia, lo hospedaron en el hotel San Alberto, allí fue cuando me asusté mucho porque a punto borracho se tiró a la alberca, maestro, le grité, se va a ahogar. Ah cómo seré pendejo, pensé al instante, si estuvo preso en las Islas Marías”.

José Revueltas y su sabiduría, la exposición del compromiso ante las causas sociales. Pepe el preso político diciendo sus obsesiones, contando sus tormentas, los años preso, los libros escritos, El apando como un emblema del dolor y la crueldad. Pepe Revueltas contándole al Vidal.

Vinieron al rato otras conversaciones: Mario Benedetti, la China Mendoza, y por ahí se fue la nómina de entrevistados.

Pasaron los días y no mucho tiempo después, en un mes de mayo del 2006 el mundo paró su vuelco. Esa mañana la muerte eligió al poeta. En una llamada perdida que miré horas después, mientras yo andaba en Nogales, reporteando, y la cual al revisarla me llevó a una grabación que decía: “Carlitos, repórtate, ya conseguí que se publiquen los libros, La raíz del ángel (antología poética de su autoría), y el de Horacio Valencia (su biografía), vente en cuanto puedas, no te tardes, pendejito”.

Minutos después me enteraría que Alonso Vidal falleció en el interior de su casa. Yo aún me digo: por qué no murió encima de la mesa, con una conversación de fondo, con esas palabras de sus entrevistados, por qué no murió en ese momento donde Pepe Revueltas expone su pensamiento sobre la muerte.

Hoy una plaza emblemática de Hermosillo lleva su nombre. Existe un premio nacional de poesía que también lleva su nombre. La librería universitaria también le hace el honor.

Quedaron algunos proyectos inconclusos, como la publicación de una novela que apenas acababa de escribir. Pero la autoridad prioriza el renombre en la plaza, lo que de nota, la obra literaria parecería ser lo de menos.

Alonso el poeta, el periodista, el que llevó de la mano a la raza, a compartir sus textos, hoy que es veintiuno de enero, estaría cumpliendo setentaicuatro años.

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