Inicio Alejandro Ramírez Arballo Violentos e indignados

Violentos e indignados

Durante los últimos días hemos visto el incremento de voces de indignación en torno a los hechos violentos registrados en Francia, y eso está muy bien; poco futuro hay para una sociedad en la que la violencia deja de provocar irritación. Algunos, demagógicos y simples, se quejan de los indignados, pues los acusan de preocuparse por las desgracias ajenas e ignorar las propias. Como si ellos, los señores de la lupa, fueran ejemplo vivo de acción más allá de los alaridos lastimeros que lanzan en las redes sociales; como si fuera posible, ante el horror, escoger el menos lejano o el más urgente.

Tengo para mí que la violencia, suceda donde suceda, nos interpela a todos. Aún más, creo que el acto violento nos reta y se nos ofrece como camino de conversión, que no es otra cosa que el abrir nuestra conciencia a nuestra realidad humana más profunda, que es siempre trágica: todos vamos a morir pero todos tenemos en el amor una posibilidad real y concreta de redención.

Más allá de los diarios y los chismorreos virtuales, me gusta preguntarme siempre qué es lo que puedo hacer yo, aquí, ahora, para hacer de este mundo un lugar menos violento. Creo que no es poco: todos tenemos, lo sepamos ver o no, la enorme responsabilidad de no agregarle más dolor a la vida.

Lo primero es conocer nuestra naturaleza humana, sagrada y única; quien es consciente de eso, sin importar su credo político o religioso, está llamado a colaborar con los demás, a respetarlos y, lo más importante, a trabajar en lo público para construir una mejor sociedad. La persona de bien, que es como creo que somos la mayoría de nosotros, no puede recluirse en lo privado ni debe esconderse tras los lemas gastados de la ideología y el politiqueo. Que nuestra indignación de cara a los violentos nos conecte con nuestra misión esencial, que es la de amar y trabajar por la justicia. Eso basta, lo demás habrá de llegar por añadidura.

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