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El porqué de las calabazas de Halloween

Los orígenes de esta tradición no están en EEUU, sino que se trata de una tradición católica (aunque no canónica) irlandesa, resultado de la mala vida de Jack el Tacaño

Hoy en día, relacionamos Halloween con la cultura anglosajona, en concreto con la estadounidense. Incontables películas y series de televisión se han encargado de ello. Esta es una de las principales razones de que todavía hoy haya mucho español reticente a aceptar esta tradición yankee impuesta («aquí se celebra el Día de Todos los Santos, se comen huesos de santo y se visita a nuestros difuntos, no vamos por ahí disfrazados de Spiderman diciendo «truco o trato», faltaría más»), pero sabemos menos de la tradición (de origen cuestionablemente católico, aunque no canónico, claro) de lo que creemos.

Técnicamente, su origen está en una historia irlandesa, la de Stingy Jack (Jack el Tacaño), aunque también es conocido como Jack el Borracho o Jack el Extravagante (Flacky Jack). Según explica la autora irlandesa Jessica Traynor, en un ejemplar del Dublin Penny Journal (un extinto diario semanal publicado en la capital de Irlanda) se cuenta la historia del susodicho Jack, quien ayudó a un anciano, que, en realidad, era un ángel disfrazado.

Jack le dijo a Satán que, antes de ir al infierno, le dejara tomar una última cerveza

Viendo el acto de caridad, el ángel le concedió al adoquinador (el protagonista de la historia) tres deseos. Según cuenta la leyenda, Jack pidió que todo aquel que se sentase en su silla, que arrancase una rama de su arce o que intentara tomar prestada una de sus herramientas de trabajo, quedara irremisiblemente pegado al suelo hasta el fin de sus días.

Viendo el absoluto egoísmo de Jack, cuenta la historia que el ángel, decepcionado, le concedió sus deseos, pero también prohibió al alma del falso buen samaritano ascender al cielo y cruzar las puertas perladas del paraíso (tal y como fueron descritas por San Juan el Apóstol en el libro del Apocalipsis). Cuenta la leyenda que, tras su muerte, el diablo manda demonios a reclamar el alma de Jack, pero este los engaña una y otra vez, haciéndose pasar por una buena persona. Es por esto que el alma del adoquinador deambula por nuestro mundo, solitaria, para toda la eternidad.

Por supuesto, tratándose de un folklore tan vago, existen múltiples historias sobre Jack el Tacaño. Otra, explica Jessica Traynor, es que se trataba de un hombre vil y cruel, tanto que el propio Satán ascendió a la Tierra a averiguar si las historias eran ciertas. Cuenta la autora que una noche, volviendo a su casa completamente borracho, Jack se encontró en el camino de adoquines en el que estaba trabajando un cuerpo, que resultó ser el de Belcebú. Creyendo que este había llegado para reclamar su alma y hacerle pagar por su mala vida, Jack le dijo que, antes de ir al infierno, le dejara tomar una última cerveza.

El diablo, inocente, aceptó, llevando a Jack a un pub cercano donde el adoquinador bebió y le pidió a Satanás que pagase. Al no tener dinero, el astuto Jack convenció al Rey de las Tinieblas de que la mejor opción es que se convirtiera en una moneda, para que Jack pudiera pagar, volviendo después a su forma natural de Ángel Caído. Pero Jack, en realidad, tenía otros planes. Se metió la moneda en su bolsillo, donde también guardaba un crucifijo, explica Jessica Traynor, lo que impedía al diablo cambiar de forma.

Habiendo perdido, Jack llegó a un trato con Satán: este pospondría el ingreso del alma del adoquinador en el infierno otros 10 años. Por supuesto, cuenta la leyenda, justo 10 años después, Satán volvió a presentarse ante Jack, que le pidió una manzana de un árbol cercano para no bajar al infierno con el estómago vacío. El diablo, que no aprende, aceptó de nuevo, recogiendo él la manzana de una de las ramas. Para su sorpresa, al intentar bajar del árbol, Jack había rodeado el tronco de crucifijos, reclamándole a Satán que su alma jamás pudiera entrar en el Infierno. Poco sabía él que el Diablo siempre ríe el último…

Tras acceder, los años pasaron y, finalmente, el alcoholismo de Jack se cobró su vida. Tras serle denegada la entrada al cielo, intentó entrar en el averno, solo para ser rechazado por Satán, que se había comprometido a no aceptar su alma, lo que dejaba al espíritu de Jack con la única opción de vagar por la tierra. Pero, Belcebú (muy simpático él) le dio a Jack una brasa candente del infierno para iluminar infinitamente su camino en el plano entre el cielo y el infierno (el nuestro) que Jack insertó en un nabo vaciado.

Estas historias encajan a la perfección con otra de las tradiciones de Halloween: los niños pidiendo dulces con ‘truco o trato’, básicamente, las dos interacciones que, según las diversas leyendas Jack tuvo tanto con los ángeles como con los demonios. Pero esto no soluciona la pregunta principal.

¿Y la calabaza?

El origen de la calabaza se basa, como hemos visto, en la historia de Jack el Tacaño. Desde el siglo XVIII esta historia ha sido repetida una y otra vez a los niños, sobre todo en lo que nosotros consideramos la víspera del Día de Todos los Santos, y es uno de los orígenes de Halloween tal y como lo conocemos. ¿Pero la pregunta es: cómo es posible que en la Irlanda del siglo XVIII utilizasen calabaza (nada populares en la isla del Atlántico Norte)?

La respuesta, por suerte, es simple: no lo hacían. Al igual que en la historia, las primeras hortalizas talladas fueron dos de los principales cultivos de Irlanda: nabos y patatas, en las que se esculpían caras y se introducían brasas o velas para ‘espantar’, explica Jessica Traynor, al mismísimo Jack, haciendo ver que nosotros también somos almas en pena.

La tradición, como es lógico, cruzó el Atlántico en el imaginario colectivo de los inmigrantes irlandeses que alcanzaron grandes zonas de la costa este de EEUU durante finales del siglo XVIII y principios del XIX. El problema era que en el Nuevo Mundo, sobre todo en esas latitudes, los nabos y las patatas no eran tan comunes como en la isla atlántica de la que provenían, por lo que echaron mano de lo que más encajaba que resultó ser, claro está, la calabaza.

Después, con la increíble influencia que tienen los medios estadounidenses en nuestra cultura, ha llegado hasta nuestros días (solo hay que poner un pie ahora mismo en la sección de frutería de un supermercado cualquiera para ver por todos lados calabazas listas para abrir, vaciar y tallar). La parte buena es que, con un poco más de contexto, no parece tanto una imposición cultural de EEUU, sino una readaptación del folklore europeo cristiano, mucho menos invasivo para nuestros estándares culturales.

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