Por Fernando Trejo

ESCENA 1

Néstor Durigon dice que “desde tiempos remotos, la conducta del hombre siempre ha preocupado a los investigadores y desatado controversias”. Debido a eso se han hecho estudios pormenorizados, se han creado escuelas y se han gestado investigadores que profundizan en la búsqueda de respuestas ante aquellos seres humanos que frente a un cúmulo de posibilidades alternas, deciden, por iniciativa, por instrucción, por instinto: matar.

Y así se llama el libro de Carlos Sánchez: Matar (Nitro/Press, 2013). La literatura se tiende, ante la costra de abandono, como una mano pronunciada y larga, y enlaza como un puente de metal una palabra con otra, una idea con otra, un interés con otro interés. Y ahí, en una mesa de jardín, nos presentó a Carlos y a mí, nos ofreció, además, cigarros y cervezas. Y hielos, muchos hielos.

Recién había terminado de escribir mi libro Ciervos, a mi juicio, raro e insufrible, pero a la vez leal y honesto a aquella costra de abandono. Los personajes que rescato se abrazaron a mí y mi fijación fue un punto en el medio de un espejo, que comenzó con un estallido: mientras más avanzaba, más grande el agujero. Sin embargo, en la soledad de mi libro, pensé en algún momento: ¿qué estoy haciendo bien? Mi temor es y será siempre la intención de escribir, no sobre los muertos, sino sobre la muerte y con ella, sus más fieles devotos: los asesinos, los dadores de muerte. Y en esa profanación, en esa desesperanzada rutina, de pronto, una noche, en la mesa de un restaurant de hotel en Hermosillo, me topo a un sujeto de cabello largo, barbado, preocupado por terminar no sé si antes su taza de café o un boletín de prensa que tendría que haber enviado minutos antes, que me abrazaría también para hacerme saber que la vida también está en la muerte y que a partir, jamás volvería a estar solo.

Ahí, Nacho Mondaca e Ismael Zerna del Instituto Sonorense de Cultura me extendieron aquel puente sobre los ojos de Carlos. Él es Carlos, Carlos Sánchez, me dijeron. Momentos atrás, me habían llevado a comer carne, y a mitad de bocado les conté sobre Ciervos y esa fijación insoslayable hacia los asesinos. Por eso me llevaron con Carlos, creo.

ESCENA 2

Antes de conocerlo conocí los escenarios de su infancia, la escena de los crímenes, la pólvora en el aire, la cancha de fútbol, la oscuridad ambarina con la que se revela Hermosillo desde el Cerro de la Campana. Había frío e Ismael me comentó que Carlos me entrevistaría, que Carlos me uniría a esa pequeña fila de obsesivos casi psicópatas, que Carlos me palmearía la espalda para tranquilizarme, que Carlos tenía un libro que se llamaba “Matar”.

Alejandro Almazán dice en el prólogo que “lo más extraño de Carlos Sánchez es que hasta ahora no le haya dado por apretar el gatillo”. Carlos, pues, tuvo una vida que pocos. Su osadía era salvarla, averiguar qué cosa, pensar qué pasa, meterse en los ojos, incluso en la boca del desgarbado asesino, del padre que le clava la punta a su bastardo nomás por un sombrero, del compa que amarra el aire de una morra con los cables de un teléfono, del amigo que mató a fierrazos al amigo y lo mató a la verga.

En Las Pilas, Carlos tuvo en el marco de su puerta una pantalla de crímenes, uno tras otro, tan leales como la fidelidad del ruido con la que un cráneo se quiebra, tan finito como la punta de una navaja penetrando la grasa y la blanda carne de sus protagonistas, tan hermosa como una esbelta criatura inmarcesible.

ESCENA 2A

Sentados, pues, en la mesita de jardín, Carlos sacó su reportera y platicamos. Mi intención de preguntarle un par de cosas me hicieron responderle de prisa. Así que lo más pronto dimos por concluida la entrevista y encendimos la charla más honesta que haya tenido ese jardín de hotel: su libro: Matar. Mi fijación y la suya sobre asesinos.

Carlos terminó siendo el entrevistado. Su vida fijada también en el centro de un espejo que se ha desvencijado, ahora es una tunda de espejos quebradizos que se caen y se vuelven a parar. Cómo entender la psique humana si no entiendo nada de la humanidad. Por qué enfatizar en la muerte, por qué darle cabida en el pulmón de la agonía a un grupo de señores que han escarbado su muerte por pura dicha y la han llenado, mientras tanto, de otras que no son suyas.

Entró la noche y Carlos tenía que irse. Terminamos hablando de un documental que Carlos está haciendo. Me había mostrado el tráiler: un hombre viejo, el que mató a fierrazos a su amigo (creo), ensarta una navaja en un bloque de mariguana, se abre como la panza de una vaca y la prueba. Tengo la imagen sostenida aún. Bebí las últimas cervezas y pensé en esa dicha, la de estar a solas sin temor a nada. Así es Carlos.

ESCENA 3

Matar de Carlos Sánchez es un libro de 19 crónicas que relatan los hechos fieles a su realidad, casi vivenciales de sus protagonistas. Algunos de ellos arrepentidos, otros masticando apenas un poco de conciencia. Para Carlos la vida en Hermosillo es eficaz, chambea, vive, ama, escribe. Es su casa. Desde niño se vinculó con ellos, los asesinos, creció con ellos, jugó con ellos. Pudo, incluso, como dice Almazán, ser uno de ellos, pero la suerte giró contrario a la moneda de los demás. Dice Gregg McCrary: “Cuando se educa a un psicópata, lo único que se consigue es un psicópata educado.” Carlos, entonces, no lo es. Un psicópata.

Matar fue considerado uno de los mejores libros de 2011, por el diario Reforma. Además obtuvo el primer premio del Concurso del Libro Sonorense 2010, en el género de crónica.

La primera edición de Matar (Instituto Sonorense de Cultura, 2011) la leí de regreso de Hermosillo. Mi proyecto había concluido. Conocí a un hombre que conoció a hombres que de verdad mataron. En la puerta de sus ojos hay un arma disparándose, hay una bala encendida, hay un cuchillo forrándose de púrpura, hay un hombre que sufre, hay un corazón que bala. Sin embargo, su mirada, es la de un niño que observa extasiado cómo atraviesa en el ángulo de un arco, un balón de fútbol.

Bala su corazón y reverdece todo recuerdo. El ciervo que es, bala. Para Carlos no hay más balas que sus hijos. Sus balitas. Maestro, Carlos, como Carlos mi primo, como mi hermano, como una mancha etérea, como un furgón encendiéndose, yéndose sin cuidado.

 

ESCENA FINAL

Un six de cervezas y colillas de cigarros sobre la mesa del jardín del hotel. Carlos se ha ido pero Carlos ha estado sentado todo este tiempo frente a mí.  

 

*Texto leído en la presentación de Matar en La 4ta. Feria Internacional del Libro Chiapas Centroamérica.

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