Inicio Alejandro Ramírez Arballo Legítimo derecho

Legítimo derecho

El debate parece ser muy local, muy de coyuntura, pero no es así, se trata de un asunto esencialmente ético. ¿Tenemos el derecho a defender nuestra vida, aun
cuando esto implique acabar con la vida de nuestro agresor? La respuesta es muy
simple: por supuesto que sí. Santo Tomás de Aquino nos dice: La acción de defenderse […] puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor Luego afirma algo incuestionable: lo que
se desea es la preservación de la existencia propia; la muerte del agresor es una
consecuencia no deseada y ciertamente lamentable.
Sin embargo, me resulta curioso escuchar voces que polemizan sobre el asunto,
sobre todo desde la ciudadanía, que parece no entender la obligación moral que tienen de defenderse ellos mismos y a su familia. Creo que la seguridad no es cosa
de uno sino de otros, afirmaba tan campante un hombre en una encuesta televisiva.
Además de ser una estupidez, esto es algo que los propios instintos desmienten
siempre: ante la agresión, nuestra reacción natural es la defensa. Lo que creo es que
en México la ciudadanía permanece en un estado de infancia perpetua, sometida por
años de un ejercicio tiránico del poder; el estado es en realidad una figura paterna
ante la que se recurre buscando auxilio y defensa. Hemos sido entrenados para
obedecer y por eso muchas personas creen que el gobierno, instancia meramente
administrativa, es la voz de Dios en la tierra.
Que los empleados del gobierno y sus instituciones se manifiesten en contra del uso de la fuerza letal por parte de los ciudadanos es obvio: no quieren reconocer que han fallado para garantizar la seguridad de los ciudadanos, que son quienes pagamos impuestos para que estos funcionarios obtengan sus salarios. Sus
gesticulaciones y aspavientos, sus afirmaciones de que las armas las carga el diablo serían risibles si no fueran tan irresponsables y de tan funestas
consecuencias. Es la filosofía moral la que nos obliga a descreer de estos desplantes
paternalistas; no olvidemos que ellos son con sus policías y sus ministerios públicos quienes no sólo no han podido acotar las agresiones delincuenciales, sino quienes
las han prohijado al confabularse con los criminales.
Me impresiona, de verdad, la pasividad de mi pueblo: estarían dispuestos a dejarse
matar con tal de no romper las malditas reglas de la obediencia. Parece que hemos perdido toda autonomía.

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