Inicio Carlos Sánchez Carta a Juana, la mesera que conocí anoche en una cantina

Carta a Juana, la mesera que conocí anoche en una cantina

Salud, Juana. Por tus carnes, por la cadencia, la música que llevas dentro.

Salud por los chocolates, el trago de bacanora. Más bien, gracias por tu generosidad. Porque al final del día me hiciste encontrar, por momentos, esa evasión que requiere un oficinista como yo para seguir oxigenando un poco la vida.

Te escribo ahora quizá para que no me arrebate la memoria esos minutos de alegría que encontré en tu voz, en tu mirada, en el baile tan sinónimo de libertad. Ese baile que ejerces a ritmo de cumbia. ¿Cómo le llamas tú? La cumbia de la vida. Exacto.

Te escribo también un poco con la pena que me da el comportamiento de los parroquianos otros, los que también te conocieron anoche, los que no conectaron con tu manera de ir por la vida. Debe ser que la honestidad, la transparencia, la demasiada realidad en tu comportamiento nos irritó las entrañas. A mí también me ocurrió, solo que no pude dejar de agradecerte la actitud, la vocación. Por eso me levanté y aplaudí con toda la euforia.

Yo no sabía, Juana, lo que me iba a encontrar en el interior de esa cantina. Pensé que la gente afuera hacía fila porque alguien repartiría tragos de espectáculo, que algún payaso nos incitaría a reír.

Pero estuve allí. La alegría de verte bailar, desde que entré. No pude evitar criticarme mi incapacidad de movimiento. Me reproché una y otra vez, cómo es que yo no me atrevo a hacerlo, me dije. Siempre contenido, siempre pensando en el qué dirán.

Luego recordé la mirada de mi padre, eternamente briago. Su aliento alcoholizado, sus palabras sabias, la ternura de sus pasos. Gritaba de tristeza, creo, esa tristeza como la tuya, la que tan bien escondías en las palabras. Las palabras a ritmo de cumbia que salían de ti una y otra vez.

La elocuencia a ritmo de viaje, encima de un tráiler. Como si intentaras fugarte del destino, el que siempre te alcanzó. La existencia de los hijos, Juana, me queda claro, es una marca en el alma. El alma Juana, esa que dices que los hombres les sacan a las mujeres para venderlas más caras.

Tenía planeado la diversión, esa noche, sabía que allí habita, en el interior de una cantina. Pero de pronto el cuerpo estático, viendo el tuyo en movimiento. Y la mente, Juana, la mente indagando una y otra vez en las culpas, en la coincidencia de tu vida y la mía, el cuestionamiento de los que se van. ¿Por qué se van?

¿Cómo un padre puede dar la espalda, Juana, hacer como si nada?, así de fácil: negar, despreciar. Luego los saldos son la desolación, la melancolía, esa que habita en tu mirada Juana, la que no puedes ocultar a pesar de siempre aspirar a la risa.

Te escribo para decirte que me gustó mucho la luz de tu cantina, porque, aunque dices que es del Pilo, creo que es tuya, la vives con ese sentido de pertenencia. Nomás estar allí es sentir la existencia de otra órbita, alejarse del mundo, penetrar la conciencia, vivir una y otra vez la misma película, esa donde él jode y ella resiste. Buena lección, Juana, tu manera de ir por la vida.

Muchas veces, anoche, mientras tú bailabas, yo me concentraba en tu vestido, en tu sonrisa, en la mesa de madera, las lámparas, la radio, el volante del tráiler y el viento de tu pelo en carretera, el baúl donde caben todas tus penas. Y una más.

A mí también me agredió que el Pilo te echara de tu trabajo, que trajera a esas niñas como tus sucesoras, me dio rabia y quise escupirle en la cara que eso no se hace. Pero bien, tú lo hiciste a la perfección.

Juana, ¿de dónde sacas tantas agallas para sobrevivir a contracorriente? ¿Cómo haces para que los dedos que señalan no interrumpan tu arrojo constante? Y bailar, Juana, cantar, Juana.

Anoche estuve tentado a abalanzarme y tomarte de la mano, entrarle al movimiento, aprender tu cadencia. Pero no lo hice. No pude vencerme a mí mismo. Contenido desde la butaca solo aprendí a respetarte. A ADMIRARTE.

Poco después de tu parto, el número tres, el que ocurrió allí mismo, con tu canto como imploración mientras la criatura nacía, allí, en ese espacio que es tu trabajo, fui testigo del mutis de los otros, los que, igual que yo, no se atrevieron a permanecer para echarte la mano. Huimos de tanta realidad.

Antes de salir de la cantina, abrí un papel que me dieron a la entrada. Me enteré, no sé si eso me pone feliz o me llena aún más de desolación, que Juana existe gracias al nombre de Eloísa Zapata Esquivel, quien es actriz y trabaja en la compañía Del buche al corazón, y que todo lo que allí se dijo en palabras, es obra de Aldo Reséndiz.

Juana, ahora antes de escribir el punto final, sé que eres Eloísa, que 206 espectáculo sonoro santanero, se presentó en el Festival del Monólogo, Teatro a una sola voz, que la cantina en realidad es el teatro Emiliana de Zubeldía.

De cualquier manera, Juana, no se me puede quitar de la cabeza la noche de anoche, donde advertí que la alegría es un disfraz a veces, o que también la tristeza es el argumento más férreo para seguir viviendo. Gracias, Juana.

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