Inicio Carlos Sánchez ¿Ya viste el agua que está llorando ai?

¿Ya viste el agua que está llorando ai?

La mesa está servida. Con los elementos necesarios. Y cuidado con que nos indigeste el menú.

Cuando digo la mesa está servida lo hago a manera de analogía. Quiero decir entonces que el escenario está puesto. Que las obsesiones se convierten en ideas, en investigación: ocurre entonces el periodismo, la actuación, el arte para subrayar los infortunios como consecuencia de la ambición.

Cuando digo ambición me refiero a las empresas que devastan el planeta. Dentro de este planeta está Sonora. Sonora y un río que lleva su mismo nombre.

Sucedió en el 2014. El derrame de tóxicos de la minera Buenavista del Cobre, de Germán Larrea. Las consecuencias invaluables. Las especulaciones y lo que ratifica la ciencia: la desgracia del agua y por ende la desgracia de la tierra.

Para decirlo a través de un montaje escénico, las integrantes del Colectivo lo que viene del sol, Anitza García Palafox y Diana Renée Gerardo, se montaron la mochila al hombro, se lanzaron a los pueblos afectados por el derrame de tóxicos. Y a través de la exploración, la investigación de campo, entrevistas con los moradores de esta región, construyeron Ya viste el agua que está llorando ai.

Al más puro estilo del teatro documental, donde las actrices no dejan de ser ellas, donde también sus emociones, sus conclusiones son parte del guion. El cuerpo que también expresa y reacciona ante tanta indolencia de los altos mandos, ante tanta desgracia por lo que sucede a la vera del río, por lo que los protagonistas de esta devastación les han contado.

Debe ser la edad de las actrices. Puede que sea el resultado de su mirada jovial, la energía constante a partir de la pasión por el oficio. El montaje tiene ese look despreocupado, paradójicamente desgarrador.

Porque hay baile, la música regional. Porque está la cultura culinaria, el olor a ajo, el sabor del chiltepín, las tortillas de harina, gorditas, hechas con leche de clavel.

Se cocina en escena, sobre el espacio generoso que es Andamios Teatro. Se reparte el menú. Se interactúa con los espectadores. Dan ganas también de bailar. Y llorar.

Porque la desgracia no es menor cuando a un hijo se le contamina la existencia con los metales pesados que la mina fecundó en el río. La reacción del cuerpo y la piel manifiesta la agresión.

Magistral manera en que las actrices nos llevan de la mano hacia las locaciones de esos pueblos del río Sonora. El lenguaje coloquial, el contenido de las anécdotas, la desazón sutil que se dice en el torbellino de una carcajada.

La tragedia una y otra vez. Porque la contaminación se tragó la tierra, porque el agua está allí como un consumo que se vuelve en contra. “La seguimos tomando, por necesidad”.

Bailar se nos advierte como un escape. Reseñar la cotidianeidad es inevitable cuando las protagonistas son dos señoras conversando el recuerdo de lo que un día hubo, la realidad de lo que ahora son.

Dicen que en esos bailes de antaño, en el pueblo, si no llueve, la gente no baila. El rito y la tradición, la sugerencia del acto sagrado que representa el agua. Ironía de un río que en su paso emite el sonido de la tragedia.

El andamio perfecto para el desarrollo de la obra se rige con la presencia de las cartas de lotería, ese juego tradicional donde cada una de las piezas arma el rompe cabeza de la desgracia.

Y el acto documental, a manera de multimedia, el testimonio directo de los moradores de los pueblos. La voz de Emilio que subraya el gorjeo de las aves, esas que han ido desapareciendo también por la contaminación.

No puedo dejar de pensar en la sutileza de la escenografía, en el atino musical, la inocencia en la mirada de las realizadoras, ese también es un acto poético del cual emana la necesidad de agradecer.

Los recursos de producción son los más elementales. Los utensilios hogareños nos ubican en tiempo y lugar. Basta la sugerencia de las palabras y los olores para saber que esto es pueblo.

Si algo tiene de sobra este trabajo por demás humano, solidario, es el compromiso para con el otro. La capacidad de beber del mismo vaso.

 

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