Las prolongadas sequías que afectan al llamado Corredor Seco centroamericano, que comprende desde las deprimidas provincias del este de Guatemala hasta la frontera de Nicaragua con Costa Rica, han afectado de manera muy lamentable  los habitantes: la extrema vulnerabilidad de los campesinos ante la irregularidad de la lluvia, que se traduce en cosechas perdidas y, en consecuencia, en hambre.

En Guatemala, el fenómeno tiene cifras: 296.817 familias que, según estadísticas de la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional del Ministerio de Agricultura y del Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA), en total alrededor de un millón de personas, de ellas 176.182 niños cuyos padres difícilmente pueden ofrecerles un plato de comida al día. El país presenta uno de los índices de desnutrición infantil más altos del mundo: la mitad de sus niños padece desnutrición crónica, según el Unicef.

La sequía es un fenómeno recurrente, ante el que las autoridades guatemaltecas no han sabido reaccionar. El PMA lleva años señalando la necesidad en que se invierta en una infraestructura que permita recolectar el agua de las lluvias.

Mientras tanto, las familias afectadas se ven en la necesidad de endeudarse o vender sus pertenencias para sobrevivir. El hecho de la baja en las cosechas del café, demandante de mano de obra no calificada, motivada por la enfermedad de la roya, añade más angustia a los damnificados.

 

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