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Una Navidad para Janitzio

Por: Luis Álvarez Beltrán

Llega diciembre en el desierto. Un rumor de familias acomete las tiendas. Nada demasiado bueno para comprar sin que explote en mil pedazos el presupuesto familiar. La felicidad es cara. Quedar bien con la familia es un dolor de cabeza, las cuentas no salen. El dólar ha subido otra vez en estos días. Hace dos años de doce a catorce. El año pasado de trece a quince pesos. Esta vez de dieciséis casi a dieciocho. Las importaciones se hacen vivas y los comerciantes cobran su sagrada ganancia del treinta o del cuarenta por ciento. Los más voraces doblan el precio del producto. Los niños son los seres más maravillosos del universo. Estrictamente, en el fondo, los únicos seres maravillosos del universo. ¿Cómo hacerlos felices? ¿Cómo hacerlos felices? ¿Quién sabe o quién se propone saber, preguntándole, platicando con ellos, mirándolos y escuchándolos, qué los hace felices? Sin asumir automáticamente, impúdicamente, superficialmente y frívolamente, que una caja brillosa, un plástico atractivo, un mecanismo maniqueo los hace realmente felices.

Es diciembre en un pueblo del desierto. La sociedad y las ciudades, porque los países y sus regímenes políticos y sus sistemas sociales y económicos así lo han trasladado de lo nacional a lo municipal y a lo regional y se vuelve cultura entre la gente, entre la gente simple y entre la gente toda, se han olvidado que los barcos deben llevar un rumbo, una conocida y deseable dirección, porque no todos podemos ser genoveses de nombre Cristóforo Colombo y no todos podemos descubrir América en cada año tratando de llegar más pronto a las Indias Orientales. Que se pueda decir. Por eso la gente ahora, sin fe y sin fraternidad, se entrega ciegamente, estúpidamente, a los regalos navideños, como columna vertebral de la felicidad de fin de año. Regalando para que nos regalen, regalando para lucir y quedar bien como regalador, como ser generoso, e importa menos qué es lo que hace feliz a ese niño, a madre, a amigo, a extraño, a conocido, a enemigo. Hazle un regalo a tu enemigo y el mundo irá mejor.

Janitzio tiene trece años. Nació en Oaxaca y sus padres son pizcadores del espárrago en Caborca. Vive en una colonia adyacente al basurero municipal, en el último y apartado reducto de casas del poblado. Por la noche, en su casa sin electricidad, se escuchan los coyotes. Ella no tiene miedo a los coyotes en sí, ella le tiene miedo a los coyotes por las noches en su casa donde duerme sola sin electricidad porque sus padres se han ido al rancho esparraguero a trabajar al lado del dueño de esa casa, el compadre Ramón, que los recibe cada año ahí, pero que en realidad, Janitzio sabe, todo es un truco para que ella se quede allí, sola, cuidando de la casa para que los cholos de los alrededores no se la desvalijen al compadre Ramón. Y cada año lo mismo, cada diciembre lo mismo. Llegan la primera semana de ese mes, la inscriben en la Escuela Primaria adonde entran a cursar tercero, cuarto, quinto, sexto, los hijos de los jornaleros migrantes agrícolas del espárrago.

Y esta vez las palabras fueron otra vez duras, certeras, dirigidas a la mente pero contra el corazón, y otra vez las miradas diferenciadas de los maestros y maestras y de los compañeros alumnos. Porque en la posada escolar otra vez Janitzio y otros pocos niños sureños se sintieron ajenos, extraños a la fiesta, a los regalos, a los dulces y al pastel, porque sus ropas no eran bonitas como las de los alumnos de acá, ni las alegrías compartidas, y la invitación a los juegos del día llevó algo de lástima y algo de vergüenza de unos y de otros, y las simpatías forzadas y las risas forzadas, pero todo fue bien, una posada agridulce, donde los niños de por acá son otra cosa que los niños migrantes y Janitzio entró en el desarrollo de la adolescencia y este año llegó más crecida, más alta, que todos sus compañeros de quinto de primaria, porque ella, que no domina el español, no fue aceptada en sexto de primaria hace dos años, sino en cuarto y esta vez sólo le permitieron quinto. Y por eso también la miran raro, tiene estatura y edad de secundaria y por su delgadez, la apodaron garrocha, mal por el bromista maestro de educación física que por no aprenderse el nombre de Janitzio se le ocurrió la broma y le dijo, ¡Hey tú, garrocha!, como el palo de salto de garrocha de los juegos olímpicos. Y los niños la llamaron igual en esa hora, ese día, todos los demás días.

La escuela se despide tres semanas. Janitzio queda sola en su casa de lunes a sábado y sólo el sábado en la noche y todo el domingo vienen sus papás y el copadre Ramón a verla. Ella se cocina sola, limpia la casa, alimenta al perro Harry Potter, un pulgoso con magia en la mirada, y, por lo demás, en la minúscula televisión de pilas, mira por ratos los tres canales que la tele permite, el canal de las estrellas, el canal 5 y el canal Telemax, que es insufrible para la pobre Janitzio. Como en esas viviendas no hay electricidad, por la noche todo se mira solitario; fétido y solitario, porque el basurero pasea con el aire sus olores y la temporada navideña es temporada de basura. Durante el día, casas a sesenta o setenta metros de distancia a los alrededores y muy separadas unas de otras, albergan a oscuros personajes de ropas oscuras y de caminar lento. Janitzio no se atreve a convivir con nadie. Camina ochocientos metros por una vereda arenosa para encontrar la tienda de los víveres básicos. En una carretilla va a por un garrafón de agua cuando se le termina esa vital bebida.

La navidad es una época triste para Janitzio, aunque sus padres llegan esa noche de víspera y algo hacen. Algo hacen. Una frugal cena juntos y una pieza de ropa nueva cuando acaso. Hace mucho Janitzio ya no es de juguetes si es que acaso alguna vez lo fue. En su mente persiste como un clavo enterrado el recuerdo de su hermanito muerto quemado en la choza incendiada de sus abuelos en un pleito de tierras en Oaxaca. Ella tenía nueve años y estaba con papás. Él tenía siete años y estaba con abuelos; era la alegría de ella y todos. El horror de la imagen del cuerpo de su hermano la marcó de por vida. Janitzio supervive a esa conmoción y le cuesta trabajo. Los abscesos de vómito y de llanto no se han ido del todo y la disciplina de la educación especial no se enteraría nunca de lo que esa niña tuvo que atravesar para no ceder a un trastorno total.

Janitzio es morena y su rostro es delgado como el de un bello venado que corretea en el monte. Como el de una ardilla o liebre asustadiza. Su natural sonrisa, cuando asoma, es el milagro más hermoso que alguien viera sin mitologías necesarias de por medio. La maestra de quinto, en uno de esos ratos ociosos de la escuela, les contó que Santo Clós proviene de St. Claus… Saint Nicholas… como una celebración estadunidense, anglosajona, y que el verdadero santo de esta celebración era un italiano, San Nicolás de Bari, la ciudad italiana de Bari, Nicola de Bari… famoso por ayudar a los pobres. ¡Qué bonito!, pensó Janitzio. Pero luego el comentario horrendo de la profe: “Así que no se tomen tan en serio esta festividad americana importada, como todo, por nosotros los mexicanos, que nada deberíamos de tener que ver con esta otra tradición importada de Europa o de Estados Unidos…” y luego con su risa mordaz, su agudeza que ella creyó imperceptible pero certera como un dardo una flecha en el centro del blanco del círculo dando vueltas… “menos aun si tu nombre es Dolores, o Xóchilt… o Janitzio”… y su risa mordaz… “Qué navidad ni que nada”, terminó la profesora a propósito de no se sabe qué disgusto o amargura provocada por alguien. En la última fila del salón, la niña oaxaqueña de trece años inundó de lágrimas sus pupilas, agachó la cabeza y lloró el resto de la clase, interrumpida por el llamado de la directora a la maestra para la preparación de la posada. Janitzio quedó allí, deshecha una vez más, los niños salieron a jugar futbol al patio.

Es 24 de diciembre. Janitzio enloquece en su soledad. Como un robot inconsciente, camina hacia los ámbitos del basurero. Un último sarcasmo de su vida le produce una mueca antes de partir. Junto al televisor, una radio grabadora antigua de pilas reposa inútilmente, y encima de la tele, descansa una reproductora de videocassettes VHS… El sarcasmo de ello consiste en que el compadre Ramón tiene discos compactos de música y películas en DVD, que ella alguna vez supo lo que son y lo que significan por las funciones que organizan en su escuela y la música que ensayan para bailables y que usan para tocar el Himno Nacional en las ceremonias escolares y algún desfile cívico al que asistió… Los aparatos del compadre Ramón no concuerdan con los discos y las películas que tiene. Es entonces que Janitzio parte al basurero. Un árbol seco y chaparro, sin hojas y sin ramas pero con varios brazos, haciéndolo más tétrico, en el patio de su casa la despide. Camina y conforme la casa de su tío Ramón se pierde de vista en la distancia, montículos de basura pestilente aparecen a su vista, unos más grandes que otros, unos más repugnantes que otros.

Un chico dos años más grande que ella y ligeramente más alto, la ha abordado para encaminarla; no, para platicar; no, para conocerla; no, para molestarla; no, para encaminarla, para platicarle, para conocerla y para molestarla. Un manchón de tizne le atraviesa la cara, que luce más morena o más sucia de lo que debería, un abrigo de lana, café, mugroso y tasajeado en las solapas, es su carta de presentación, su pelo es todo un lío, cual peinado a la moda, pero no, él no pagó por ello, él no intentó ese look, es sólo el reflejo de su tardío despertar, son los gallos de su madrugada, como las legañas que ya se pellizcó para quitarse.

Se llama Ismael.

–          Me llamo Janitzio- Responde ella después de superados su repugnancia y su temor.

–          Y yo Ismael. Soy el mejor tirabichi de este mundo.- Y sonreía como un actor de calle.

–          ¿Qué es tirabichi, Ismael?

–          Tirabichi es el título popular que se nos da a los recolectores de basura. Somos de los personajes más importantes de este mundo.- Ismael hablaba con una seguridad y una confianza inusitadas para Janitzio, en contraste con su imagen vagabunda.

–          ¿Por qué dices eso?-

–          Porque somos los únicos que realmente reciclamos. Somos los salvadores del planeta, si es verdad que este planeta va a salvarse.-

–          ¿En serio?.- Janitzio abre grande sus ojos más por la capacidad verbal de su recién conocido que por la verdad que pudieran contener sus argumentos.

–          Ve esto, amiguita Janitzio, esa nube de polvo que ves sobre la ciudad, es contaminación. Allí viven cien mil personas como tú y como yo. ¿Sabes a qué se dedican? A generar basura. A producir basura. Nosotros la recibimos toda acá y salvamos lo que nos es posible. Salvamos la basura que podemos. El resto se convierte en humo, en bacterias, en enfermedad, en focos de infección. Son demasiados ellos, y somos muy pocos nosotros. Los súper héroes.- Ismael hinche su pecho, levanta la frente, se yergue ante su interlocutora.

–          ¡Oh!- Se sorprende la imberbe chica indígena.

–          ¡¿Quieres ser una de nosotros, Janitzio?! Le pregunta animado y persuasivo Ismael.

–          ¡…!- Janitzio se abruma sin poder contestar.

–          Bueno, no me contestes ahora. Esta noche es Navidad y supongo que no tienes cabeza para ninguna otra cosa. Sólo te puedo decir que el basurero es el sitio más maravilloso de este mundo… porque aquí puedes hallarte todo, puedes encontrar todo… Y todo es completamente gratis… Sólo necesitas un poco de suerte… Aquí la suerte significa todo, porque como somos doce o quince o veinte o cincuenta tirabichis al mismo tiempo, pues a cada uno le toca su montón de basura y a la suerte de cada quién sale, entre la basura, lo que puedas encontrar: Anillos, collares, juguetes, aparatos, metales como cobre, aluminio, bronce, buenos zapatos, buenos tenis, lámparas, alhajeros, muebles, la gente tira todo… la gente tira todo… la gente vive en el desperdicio, en el derroche… algo que no se entiende, algo absurdo, inexplicable, los que no tienen nada se aburren y se desesperan de no tener nada, los que todo lo tienen se aburren de tener algo y lo tiran y quieren tener todo nuevo… todo un desequilibrio, la gente está muy loca… y aquí viene y da todo, y aquí viene y para todo… aquí te puedes encontrar las cosas más increíbles del mundo… el basurero es el paraíso en la Tierra!- Ismael es todo un nigromante.

–          ¿En serio? ¿De verdad?- Janitzio iba de asombro en asombro, sus ojos se abrían grandes y negros como eran y su sonrisa apareció por la primera vez, encantando, derritiendo, al locuaz jovencito.

–          Te prometo una cosa. Yo te daré tu navidad. Y si te gusta, seremos amigos. Aunque no te conviertas en una tirabichi… porque tú eres mucho más bonita que este este mundo.- Le dijo Ismael, sonrojándose para su propia sorpresa. Ismael jamás se sonrojaba.

Pocos recolectores de basura acudieron ese día 24 de diciembre a trabajar. Ya habían trabajado todo el año y acumulado cosas y dinero para una buena cena, regalos y para los pecados generalizados de la cerveza, la gula y el vino espirituoso que pone felices a los hombres. Felices y hablantines.

Ismael por su parte era un hablantín natural. No necesitaba vino. Pronto se dieron cuenta, Janitzio y él, que todo el basurero municipal era para ellos y unos pocos más, y en la primera parte del día y hasta las tres de la tarde carros y carros de la municipalidad dejaban grandes cerros de basura y se iban y volvían hasta que el último cumplió su viaje y sus ruidos no se escucharon más.

El chico no permitió que su invitada se ensuciara. Él hacía todo. Entre el encanto de su compañía y su plática y antes de que se metiera el sol, Ismael hizo la navidad de Janitzio. Una muy bella. Al parecer algunas gentes ricas del pueblo, renovando sus adornos navideños, habían tirado cajas y cajas de esferas y adornos navideños, sillas, sofás, incluso árboles navideños, seminuevos, rollos de papel regalo con motivos de temporada, zapatos, zapatillas, vestidos, suéters, chamarras, era increíble, cajas, películas VHS que la gente ya había discontinuado, cassetes originales de muy diversa música… películas bonitas en VHS incluso en su caja original, casettes de música bonita en su caja original, con portadas y todo, basura para la gente pero valiosas para tocar en los viejos aparatos del compadre Ramón. Por medio de tres idas y vueltas, Ismael y Janitzio llevaron a la casa de ésta todo lo necesario para adornar el viejo árbol exterior del patio y aun también un pequeño árbol artificial, por dentro, en el cuarto de la casa. Empacaron en cajas, chamarras, vestidos, pantalones, pares de zapatos y tennis, cuadernos, libros, juguetes, juegos de lotería, naipes, dominós que encontraron tirados pero en perfecto estado y completos en los montículos del basurero, un bat profesional de beisbol, de madera, para el compadre Ramón, que practicaba ese deporte, un balón de futbol que el propio Ismael infló con su válvula y bomba para el papá de Janitzio… Todo se encontraron ese día. Janitzio era humilde de vida pero también de corazón y aunque se abrumaba por tanta materialidad posible, eso no llenaba su contento. Ella sólo quería que sus padres llegaran y no estar en soledad.

De pronto, de entre tanta cosa, Ismael encontró una larga extensión de focos de colores y se la mostró feliz a Janitzio. Ella lo miró con interrogación y con ternura.

–          No tenemos luz, Ismael.-

Ismael se quedó sorprendido tristemente, miró hacia los cables, y dijo…

-Yo te voy a poner luz.-

Janitzio se le quedó mirando, incrédula, y pensando en silencio ¿Quién es este ser humano? ¿Un santo? ¿Un brujo? ¿Un ángel?-

Janitzio se encontró entre bultos y bultos por los que caminaba, un Niño Jesús de artesanía, al que le faltaba un dedo pulgar, por lo demás hermoso, y el resto de adornos para un Nacimiento.

Ismael se encontró, manchado y húmedo de café parcialmente, un ejemplar de bolsillo de Las Avenuturas de Huckleberry Finn. Y fue como si abriera un regalo fantástico. Janitzio se puso muy feliz por él.

A las cinco de la tarde, ya con todo en su casa, mientras Janitzio armaba los paquetes de regalos seminuevos y usados para sus papás y Don Ramón, y adornaba los árboles de afuera y adentro con esferas de vidrio y de plástico de muchos colores diferentes, Ismael se jugaba la vida bajando un diablito de los cables de luz y amarrando y pegando la corriente, como le enseñó su padre, y, una media hora después, el milagro se hizo, lo increíble se hizo, luz para Janitzio, Navidad para Janitzio. Todo lo que Ismael hacía, a Janitzio le parecía increíble. Como si su amigo fuera el inventor de todo. Un diosecillo de carne y hueso.

El muchacho rodeó el perímetro del techo con la extensión de luces de colores y encendió la extensión al par de un suspiro inmenso de la chica. Desde donde se encontraba Ismael, pudo mirar la mirada y la sonrisa humanas más hermosas que jamás vieron sus ojos. Se estaba enamorando por la primera vez.

Todo estaba listo. Adentro, calaron con audio casetes la radio grabadora de Ramón y escucharon un cassette de Brahms de música clásica mientras intentaban hacer funcionar la video casetera VHS en la que pusieron una película llamada Milagro en la Calle 34. Janitzio estaba maravillada. Una docena de películas de niños, de aventuras, de comedia romántica y de acción se apilaban en la nueva colección regalo de Ismael.

La noche se hizo en el desierto. Ismael dispuso de un foco para la cocina y mientras Janitzio intentaba otro cassette, esta vez de Vivaldi, una música de paz que la dejó absorta unos minutos, Ismael desapareció de la escena…

Janitzio corrió a la puerta a gritar por él, salió al patio a gritar por él, salió hasta la vereda a gritar por él, pero nada. Ismael se hubo ido.

Sólo a lo lejos escuchó los gritos de una persecución. Su padre y el compadre Ramón perseguían a palos a Ismael, a su decir afamado ratero del lugar.

La noche transcurrió feliz y asombrada entre la chica y sus papás y el sorprendido Don Ramón que no podía creer la historia de Janitzio que a cada pregunta, con sencillez, sinceridad y desenfado, pero con un nudo en la garganta, con un dolor de pecho, contaba las verdades de ese día. De la Navidad que le regaló ese chico Ismael. Una navidad para Janitzio.

Al siguiente día, Janitzio le buscó a Ismael por muchas horas desde la mirada de su ventana, desde la mirada de su patio y desde la mirada que daba la su vereda. No lo pudo ver. El chico tenía miedo de los adultos de su casa. Nunca se volvieron a ver. El compadre Ramón y sus papás, pensaron que Janitzio ya tenía estatura y edad suficiente para pizcar espárrago en ese invierno crudo caborquense. La sacaron de la escuela.

Janitzio murió de cansancio y de frío, en medio de la lluvia y la zafra, sola, se le congeló la columna vertebral caliente de tanto trabajar, la fiebre la mató, faltaban minutos para el amanecer, el sol lloró por ella como nunca jamás lo hizo por nadie y se maldijo por haber llegado tarde, un martes de la última semana de enero de ese año, a los trece años de edad, su segundo día de trabajo, ayer se había enfermado y lo ignoraron.

Basada en hechos literarios, es decir verdaderos.

 

…y en la misa del gallo los coros desgarran sus cuerdas

y extasiada ante el Cristo que nace, una madre reza

por el hijo que fuera de casa sentirá tristeza,

y los ojos del hijo esa noche, llorarán con ella.

 

Canción para la Navidad.

José Luis Perales.

 

https://www.youtube.com/watch?v=koed27GND_8

 

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