Comienza el año y yo estoy muy contento de estar aquí otra vez. Me gusta poder compartir con todos ustedes unas cuantas palabras cada semana, todo con la idea de motivar una reflexión de mente y corazón, es decir, de humanidad.
Cada año que comienza es una oportunidad, dicen los que creen fervientemente en los calendarios, de empezar de nuevo, de creer y renovar esta hermosa lucha que llamamos vida. Si hay algo que nos motiva es el deseo de que mañana sea mejor que el momento presente: no permitamos jamás que nos derrote el miedo o la soberbia, la pereza o la rutina, la falta de amor y la duda.
El maestro Viktor Frankl nos recuerda: “No importa lo que fuiste sino lo que puedes llegar a ser”. Hermosa verdad que comúnmente olvidamos. No somos lo que hemos sido tanto como lo que hacemos con lo que hemos sido para construir el que queremos ser. Es en vano llorar, es en vano también el desear volver al pasado para vivir una hermosa época de otro tiempo: todo lo que necesitamos para ser inmensamente felices y llenos de sentido se encuentra aquí, ahora mismo.
Quien no está dispuesto a construir el futuro no solo se hace daño a sí mismo sino también a esa comunidad a la que pertenece.
Me motiva enormemente la posibilidad de vida que entraña cada día porque en él vienen los sueños, el amor, los actos e ideas, el diálogo y la fe, la humanidad pura que soy yo mismo en este cuerpo y este espíritu que Dios ha creado para que yo y nadie más sea. Sin embargo, veo con tristeza que muchas personas utilizan la máscara de la nostalgia (o la culpa) para renunciar a su más profunda responsabilidad, que es la de construirse a sí mismos: justifican con lágrimas lo que no están dispuestos a hacer con sudor. ¡Cobardes!
Estamos aquí para lucha, bendito sea.