No sé si he hablado antes del miedo en este espacio, pero es probable que sí. No existe emoción tan humana como el miedo, que es un mecanismo que nos ayuda a sobrevivir, nos alerta y prepara para enfrentar una amenaza, real o imaginaria, que se nos presenta en el teatro de la mente. Ante una situación de estrés, nuestro cuerpo se endurece, se tensa y alerta: nuestros vasos y nuestras pupilas se dilatan; nuestro corazón se nos sale por la boca. Todo esto, repito, es un mecanismo evolutivo que nos ha ayudado a sobrevivir. No es malo, todo lo contrario: sin no fuéramos capaces de sentir temor no podríamos sobrevivir en este mundo más de una semana.
El problema, porque lo es, es cuando ese estado de alerta se prolonga demasiado y se vuelve una manera de vivir. Es un problema serio que lejos de permanecer en la esfera de lo privado, penetra en lo público; la ansiedad genera desequilibrios laborales y sociales muy serios como para pasarse por alto.

Se trata de un problema que se sufre en silencio y que roba sueños.

Yo creo que el primer acto de libertad de una persona es el de combatir el miedo. Tenemos la obligación moral de luchar día y noche contra el temor que nos detiene, porque eso es la angustia: una invisible cadena que nos mantiene atados al suelo. Aun más, nuestra propia liberación es una invitación a la libertad de los demás, un llamado a comprender la vida como una experiencia de gozo común: creo que sólo hay futuro cuando nos ponemos de acuerdo y entendemos que tenemos cosas por hacer.  

Mi psicóloga me habla de la importancia de respirar, y yo le responde diciendo que tampoco debemos olvidarnos de caminar, de salir a andar por ahí para encontrarnos con la naturaleza y con los amigos. No creo que haya miedo que resista la contemplación de la belleza y la risa que se comparte con los que se ama.

Lejos de ser una frivolidad, este asunto, que atañe a la psicología, a la filosofía y al arte, por señalar algunas disciplinas que se encargan de su estudio, es fundamental, esencial para vivir a plenitud, que es siempre el llamado de los corazones fuertes.

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