Con la llegada del nuevo obispo a la arquidiócesis de Hermosillo, el señor Ruy Rendón Leal, se me vienen a la cabeza algunas reflexiones en torno a su oficio de pastor de feligreses, porque creo que dada su visibilidad y su amplia y profunda influencia, su trabajo debería dar para mucho más: no creo que un obispo deba ser un burócrata del estado vaticano, un mero administrador o vigilante de las normativas morales y eclesiásticas; si alguien lo piensa así, vive, definitivamente en otra época.

En Hermosillo, se me ocurre, el señor obispo podría:

1. Utilizar sus conexiones con el poder mundano para dirigir recursos y voluntades en el auxilio de los más pobres, que en el municipio no son pocos, que no entienden su propia situación, que viven sometidos por un orden injusto y cínico.
2. Dar voz a los que no la tienen, escuchar a los que sufren, atender con corazón auténticamente evangélico a los marginados sociales. Es necesario que una figura tan relevante como la suya se vuelva cajón de resonancias, bocina activa a través de la cual se escuche por todos lados el llanto de los que más sufren.
3. Señalar con humanidad y respeto, pero con vehemencia, los desvíos morales de la clase dominante, porque algunos de ellos son pecadores públicos, es decir, delincuentes con licencia para hurtar y destruir sin que nadie (ellos son la justicia) haga nada para detener su voracidad y su maldad. El señor obispo no puede voltear para otra parte, no puede desatender su compromiso cristiano, que consiste en defender el amor y la justicia.
4. Defender la vida, pero defenderla siempre. Desde su broto más tierno hasta su culminación natural; esto implica, por supuesto, abandonar la comodidad de los slogans y frases hechas para promover el derecho de todo ser humano a vivir en un ambiente digno, a tener oportunidades sociales y económicas, a ser respetado por lo que es y como es, a ser reconocido en su plena libertad y sus derechos.
5. Abandonar la comodidad de los recintos parroquiales y entrometerse en la vida, incardinarse, es decir, volverse carne y corazón, latido y sentimiento de esa sociedad en la que ahora vive y a la que debe todos los esfuerzos y las pasiones que su vocación le ordena. El papa, para todos los efectos su patrón, le manda mancharse la sotana con los lodos que pisa el pueblo, impregnarse las vestimentas clericales con el tufo a borrego, es decir, a gente ordinaria, reír y llorar con los demás, que no son sus súbditos sino sus hermanos.

En fin, creo que con esto bastaría para hacer de este nuevo arzobispo un personaje memorable y útil. Sé, lo sé bien, los sonorenses, se diga lo que se diga, somos personas hospitalarias y abiertas, pero también, por gracia de Dios, solemos ser deliciosamente francos. Por eso termino diciendo lo obvio: don Ruy, sea usted fiel al evangelio, que es un mensaje de amor, de esperanza y de compromiso, y todo irá bien para usted, y su trabajo dará hermosos frutos, se lo garantizo.

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