Inicio Carlos Sánchez Monalisa: el deseo de huir de uno mismo

Monalisa: el deseo de huir de uno mismo

¿Qué nos provee la locura? De pronto el ser humano deambula. Una tarde al caer el sol las ideas se trastocan. Las obsesiones esculpen de a poco el vocablo enajenación. Hasta construirlo perfecto. Entonces la obra que construye la vida lleva por título: Demencia.

¿Qué nos conduce hacia el arte? Me pregunto sobre el arte que es el teatro, la dramaturgia como un punto de partida. Y en mis desvaríos intento encontrar los motivos de Roberto Corella, escritor, actor, y de Paquita Esquer, actriz, promotora cultural.

Paquita y Roberto llevan el arte en las venas. Desde siempre. Nacieron torcidos y allí permanecen. Diciendo el pensamiento encima del escenario.

Desde hace muchos años y a la fecha, son hacedores del arte bajo el nombre de La Cachimba Teatro, compañía que fundaran a principios en mil novecientos noventaiséis, y con la cual no sólo apostaron al sustento familiar, sino también a la formación de actores y a la formación de públicos.

Los años pasan, las vicisitudes se nos presentan. Sorteamos la vida con el capote, cual torero. Insistir, prevalecer, creer en lo que se ama, es la premisa de Paquita y Roberto.

Han vuelto ahora. Y en el Teatro del Cobach estrenaron Monalisa, esta obra de teatro en cuyas narraciones en voz de los personajes Ella y Él, así, llanamente, los espectadores (hablo por mí y por las reacciones que me ha tocado observar entre el público) asistimos a las muchas preguntas que se lanzan como dardos a la emoción en el contenido de la propuesta. Y en esas preguntas nos cuestionamos a nosotros mismos.

¿Qué motivos nos conducen a los desasosiegos? Frente a nosotros, al transcurrir de Monalisa, encontramos una lista cuasi interminable de argumentos. ¿Qué hacer y cómo reaccionar ante un hijo que no vuelve más porque a alguien se le ocurrió desviar su camino? Levantón se le dice en el colectivo. Y hasta parecería que ya el término se nos ha vuelto una costumbre.

Debo hacer una pausa ahora a la crueldad que contiene como reflejo esta obra. Debo entonces decir existe aquí una propuesta escenográfica minimalista, la iluminación puntualísima y sin rebuscamientos, con un vestuario que en Él resulta ser de lo más cotidiano, en Ella desde allí se provoca la reflexión hacia el espectador. Porque, ¿dónde se acumula tanta envoltura de ideas de celofán aprendidas desde la infancia si no es en el cuerpo, en la mirada, en la mente? El vestuario como una metáfora, el cuerpo como un almacén a punto de estallar.

Monólogos constantes. Diálogos poquísimos. No hace falta la interacción porque todo está muy claro, desde el recuerdo las historias se arman como un lego y el resultado de los testimonios, no proponen un final feliz.

Desde el inicio de la obra, la escenografía nos lleva de la mano a la interpretación, sin ambages. Una caja de medicamento que por nombre lleva Rivotril, un cuchillo, una pistola, una soga, nos advierten de facto que aquí, en este instante y a esta hora, la vida no puede ir de manera óptima.

Ya en el curso de la propuesta saldrán a flote los motivos. Y en ellos están las represiones de las cuáles somos víctimas los humanos nacidos en occidente. En este rancho que es la ciudad, ante las voces de los padres, el manotazo que advierte “Déjese ahí”.

Ella maestra, acumuladora y en su casa no cabe un alfiler. La analogía exacta: lo que las personas vemos sólo con la mirada, el interior de quienes duelen la vida nos pasa de largo.

Él taxista, chofer de Ella. Él que llegaba a su casa a tomar a su mujer, con ojos cerrados porque siempre piensa en el cuerpo de Ella.

Ella y su mente, la recurrencia de los dolores de la devastación humana. Los sonidos intermitentes que le atormentan la cabeza. Esos sonidos que como estruendo también son arte desde los músicos presentes en el escenario.

Monalisa es un llamado a la reflexión, un madrazo en los tanates, el grito desesperado hacia los que construyen las leyes y las mutilan a su favor.

Monalisa: el dedo nuestro que nos juzga apuntando hacia la sien.

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